Los incendios forestales que han asolado este verano España y Portugal no fueron simples accidentes naturales, sino la consecuencia directa de un escenario climático cada vez más extremo. Así lo confirma un nuevo estudio del grupo científico World Weather Attribution (WWA), que concluye que las condiciones de calor, sequedad y viento que favorecieron la propagación de las llamas tenían una probabilidad 40 veces mayor de ocurrir debido al cambio climático provocado por la acción humana.
Un verano devastador para la Península
El verano de 2025 quedará grabado como uno de los más duros en la memoria reciente de la Península Ibérica. Las olas de calor se sucedieron con escasas pausas, alcanzando temperaturas que en algunas zonas superaron los 45 grados centígrados. Según los investigadores, estos episodios fueron un 30 % más intensos de lo que habrían sido en un mundo sin calentamiento global.
Las consecuencias fueron devastadoras: más de 640.000 hectáreas arrasadas, decenas de municipios evacuados, viviendas reducidas a cenizas y, lo más doloroso, la pérdida de vidas humanas. En regiones como Castilla y León, Galicia, Extremadura o el Algarve portugués, el humo cubrió el cielo durante semanas, obligando a miles de personas a abandonar sus hogares y generando una crisis ambiental de enorme magnitud.
El papel del cambio climático
El informe de WWA no deja lugar a dudas: el cambio climático es el gran responsable de que estos fenómenos extremos sean cada vez más frecuentes e intensos. “Lo que antes ocurría una vez cada varias décadas, ahora puede suceder casi cada verano”, explican los autores.
El estudio se basó en un análisis comparativo entre los datos climáticos históricos de la región y los modelos de simulación actuales. Los resultados mostraron que la combinación de altas temperaturas, baja humedad y fuertes vientos —lo que los expertos denominan “condiciones de incendio extremo”— era 40 veces más probable hoy en día que en el clima preindustrial.
Impacto en la población y la economía
Las pérdidas no se limitan al terreno forestal. El fuego destruyó explotaciones agrícolas, infraestructuras eléctricas, carreteras y miles de empleos vinculados al turismo rural. Los primeros cálculos apuntan a pérdidas económicas que superan los 3.000 millones de euros, aunque la cifra podría aumentar en las próximas semanas.
Además, la calidad del aire se deterioró gravemente. En ciudades como Lisboa, Madrid o Valladolid, los niveles de partículas contaminantes superaron con creces los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Médicos y asociaciones de pacientes respiratorios alertaron del aumento de ingresos hospitalarios por problemas asmáticos y cardiovasculares.
Reacción política y social
El desastre ha reavivado el debate político sobre las medidas de adaptación y prevención. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció la creación de un Pacto de Estado contra la Emergencia Climática, con el objetivo de coordinar acciones entre administraciones, partidos y expertos. Portugal, por su parte, ha solicitado apoyo financiero adicional a la Unión Europea para reforzar sus brigadas forestales y modernizar sus sistemas de detección temprana.
Las organizaciones ecologistas, sin embargo, consideran que las medidas llegan tarde y son insuficientes. Greenpeace denunció que la gestión forestal sigue siendo “precaria”, con montes abandonados y sin planes efectivos de prevención. “Si no actuamos ahora, lo vivido este verano será solo un anticipo de lo que nos espera en la próxima década”, advirtieron en un comunicado.
El futuro inmediato
Los científicos de WWA insisten en que la única forma de reducir la probabilidad de estos desastres es acelerar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. De lo contrario, los veranos ibéricos seguirán siendo un terreno fértil para incendios cada vez más incontrolables.
Mientras tanto, los afectados intentan reconstruir sus vidas. En pequeñas localidades arrasadas por las llamas, vecinos y voluntarios trabajan juntos para limpiar escombros y recuperar, poco a poco, la normalidad. Sin embargo, el miedo permanece: basta con una chispa para que todo vuelva a empezar.